Novela Technotitlan: Año Cero (primera parte)

Esta es la primera parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 14 capítulos. Después de acabar esta primera parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 02, 2006

10. La señora Abreu


Me comuniqué con Aurora y le dije en dónde podría ser localizado. También le rogué que tuviera cuidado.
Me paré frente a la casa de rejas negras tan conocida por mí. Estaba teniendo problemas para decidir qué hacer a continuación, si irme o quedarme. Al ver el carro Opel color dorado, que siempre me había gustado, en la cochera, me invadió una tranquila familiaridad y me infundió de la seguridad que me hacía falta. Pulse el timbre.
No podía evitar sentir simpatía con Paula. De hecho, las pocas veces que había visto a Paula me había caído muy bien y hasta en un momento me pareció atractiva. Era jovial y sabía bromear. Sabía, por Emilio, que tenía historias divertidas que contar.
Llegó Paula a la puerta y me abrió.
Me saludó de beso en la mejilla.
Yo apenas alcancé a corresponderle y al mismo tiempo me sonrojé.
—Ya hace tiempo... —dije.
—Sí… hacía tiempo que no te veía. Alex, yo... Qué bueno que viniste. Estábamos preocupadas. Teníamos tanta angustia. No sabíamos… no sabemos qué hacer.
Vestía blusa blanca con pantalones negros, con un suéter que le hacía juego. Me pasó al recibidor. El aroma imperante pertenecía a la madera fina de los muebles. Sentía que llenaba mi nariz dándome la bienvenida.
Ella se sentó en un sillón invitándome a hacer lo mismo.
—Si yo sentí el tamaño de la tragedia con Emilio, imagínate lo que sintió Vicky. Ella... creo que no lo ha aceptado del todo, Alex. Como te dije por teléfono, no sé mucho de eso pero creo que puede estar al borde de perder la razón… Emilio era todo para ella. —Me miró fijamente—. Su ilusión, su existir... Tú lo conociste muy bien. Eras su mejor amigo...
Aquí me sentí mal. Sabía qué Emilio era muy especial pero no sabía por qué lo estimaba tanto. Pensé por un segundo que no era justo que Paula me estuviera confiando todo eso. Que todo lo que me estaba diciendo Paula no me lo merecía. Debería ser dicho a alguien que realmente hubiera querido a Emilio como a algo propio.
—Alex, ya no quiero decir, pero… cómo lamento que haya sucedido esto…
Paula se me quedó mirando. Dije en voz queda:
—Paula, quizá me están buscando en estos momentos…
—¿Quién te busca, la policía?
—Quizá... No lo sé.
Ella pareció comprender. Se puso de pie y empezó a caminar. Al final se me encaró:
—Alex, ¿tú y Emilio eran de los comunistas esos?
Paula se me quedó viendo con los ojos muy abiertos, como aceptando a regañadientes la posibilidad de una realidad remota que no encajaba en su cotidianeidad de clases de inglés a niñas en escuelas religiosas. Dije:
—No, Paula, no. Cálmate.
Pero Paula no me quitaba la vista de encima. Continué pero sin poder verla a los ojos directamente:
—No sé qué le decía Emilio a su mamá al respecto, en persona o en cartas, pero no éramos de pertenecíamos a grupo de choque alguno, ni nunca nos metíamos con nadie. ¡Es más, ni estábamos politizados! Emilio a fin de cuentas decía que conocía y que participaba pero yo creo que era un poco ingenuo en esto. Y yo lo era más. Lo único que hacíamos era filmar y filmar. Juntábamos material y lo llevábamos al CUEC…
—¿Tú te involucraste más?
—Asistí a varias reuniones o asambleas del consejo, en calidad de observador y como te dije, para filmar. Nunca tomé la palabra ni voté por nada. No podías votar, sólo los delegados lo hacían.
—¿Llegaste a conocer a los líderes?
—Yo no diría que hubiera líderes. Había figuras importantes pero líder lo que se dice líder, ninguno. Si más bien te refieres a los protagonistas, a las figuras polémicas, pues sí, pero todos los conocían, ¿quién no?
—Alex, seguro que has visto la prensa, los periódicos, lo que dice la televisión. Te has fijado en lo que dicen lo de la conjura. Lo que querían hacerle a los juegos. Las armas que encontraron allí... en el mero Tlatelolco.
Me sentí un poco en entredicho y no se me hacía del todo justo.
—Paula, me tienes que creer. Nunca hubo una actitud definitiva de hacerle competencia a los juegos. Había pancartas en contra, había chavos acelerados. Siento que también te están confundiendo…
—¿Tú como puedes saberlo? Dices que no estuviste allí.
El tono de Paula era más bien lastimero. Contesté después de pensarlo un momento.
—Paula, ¿cómo te explico…? Todo el movimiento tuvo una identidad... —aquí hice una pausa como meditando qué decir al no poder encontrar la palabra correcta—. Okey… no sé qué identidad pudiera haber logrado, se me ocurren muchas: juvenil, de protesta, política, plural… No lo sé con exactitud, lo que sí sé, es que esa identidad no guardaba odios ni era agresiva.
Me seguía observando como para ver si era sincero. Al punto dijo:
—Finalmente creo que eso ya no viene al caso en este momento. Vicky está muy decaída.
—La habrá visto un doctor, supongo.
Paula suspiró.
—No exactamente, Alex. No sé si conoces a Sergio Aguilera. Es un amigo mío de confianza. Él es vendedor de seguros, estudió medicina durante tres años ¿lo recuerdas? Tengo la idea de que te platiqué de él una vez... salíamos y cosas así...
Inesperadamente sentí una pequeña punzada extraña como de celos. Paula continuó:
—Hubo mucha confusión. Recibimos la primera noticia de que no aparecía ninguno de ustedes a los dos días de lo de aquella noche. No sabíamos a quién recurrir. No sabíamos qué tan de lleno estaban… dentro de todo eso. Le pedí a Sergio que indagara discreta pero de manera firme. Por sus contactos (él tiene sus maneras y sus conocidos), supo que alguien te había visto a ti. A Vicky se le quitó un poco el peso de encima pensando en el hecho de que ustedes estaban siempre juntos y que por lo mismo era muy posible que si te habían visto bien a ti, por consiguiente, también Emilio estaría bien. Vicky siempre me decía de ustedes: «este par, siempre tan juntos, que juntos se van a morir…»
Sentí una gran pena. Me atreví a interrumpir.
—Ese día no.
—¿Cómo?
—Ese día no andábamos juntos… sigue.
Ella así lo hizo.
—Sergio siguió buscando. Nada de Emilio. Luego un dato aquí, otro allá. Incluso me dijeron que lo habían visto días después en el centro subiéndose a un camión. Vicky para entonces había entrado en cierto histerismo. Nada más sonaba el teléfono y pensaba que era Emilio. Era terrible. Tuvimos que decirle que se fuera de allí. Que se viniera a mi casa. Sentía que pudiera ser lo mejor… Pero ella no quiso.
Continuó:
—Ella es muy sensible. Cuando supo lo de Tlatelolco se desmayó. Creo que allí comenzó su... escape de la realidad. Luego sucedió algo muy raro. Yo había salido el segundo o tercer día, viernes o sábado, y cuando volví ella me dijo con mucha certeza que Emilio le había hablado por teléfono. Que le había dicho que estaba bien. Me pareció muy extraño y lo ignoré, la verdad…
Guardo silenció por unos pocos segundos y volvió a continuar:
—Después sus crisis se le recrudecieron y Sergio me ayudó, le consiguió calmantes. En un punto ya no tuvimos duda. Emilio había desaparecido... o muerto.
Me levanté un poco aturdido de lo que había escuchado. Dije:
—Por lo que sé, Paula… no creo que Emilio sólo esté desaparecido... de hecho… ya perdimos la esperanza de encontrarlo vivo.
Paula guardó silencio y miró al piso.
—¿Qué te puedo decir? ¿Qué yo también lo había pensado pero no sé cómo se lo voy a decir? ¿Cómo se lo voy a explicar?
—Y la señora Vicky, la señora Abreu... ¿está tan mal?
—No lo sé. Lo único que sé es lo que te dije y lo que me dijo Sergio. Qué lo más seguro es que la crisis nerviosa es debida seguramente a la posible pérdida de su hijo. Qué quizá lo que tenga sea pasajero, pero no hay nada definitivo.
—Pero me imagino que lo tiene que aceptar… eventualmente, digo.
—Ese es el asunto. Parece que no a nivel consciente. Busca de alguna manera evitar pensar en ello y quizás esta crisis le ayuda a ocultarse en alguna parte de su mente. Por ahora está bien, pero… pero no puede permanecer así. A la larga se va a hacer daño...
La confusión y la indecisión me rebasaban.
Paula continuó:
—Mira, Alex, existen situaciones que no se pueden cambiar... Aquí no hay mucho qué decidir. Vicky tiene ante sí una tragedia que no está en capacidad de aceptar totalmente. No creo que la lleve a locura pero no soy especialista. Lo que lo hace más grave es que no sé si podría llevarla a algún doctor, tú sabes, por las circunstancias... Tengo miedo de… no sé, represalias de algún tipo, a lo mejor yo misma estoy llevando mi imaginación muy lejos… Pero si esto era preocupante antes de que tú vinieras, con lo que acabas de decir está más grave. En este tipo de cuestiones hay una enorme diferencia entre si eres un sujeto «pasivo» o si eres un sujeto «activo»…
Intenté protestar:
—Emilio no era «activo», como se pudiera decir de otros chavos…
Ella no me dejó acabar.
—¿No dices que filmaron escenas? ¿Qué tal si esas escenas tomaron alguna situación comprometedora?
—Primero que nada, creo que tú nos sobrestimas. Qué más «comprometedor» que policías, o más bien, las fuerzas del orden y de la salvaguardia nacional atacando a su propio pueblo. —Me empecé a sentir como si estuviera en medio de una más de tantas discusiones en las que habíamos estado o protagonizado—. Además, ¿quién las creería en medio de todo este desinterés general, y lo peor, descreimiento? No, Paula, con nuestras cámaras y micrófonos no tomamos más que la verdad a nuestro alcance… quizás otros en sus turnos tomaron a gentes más importantes, quizás otros más de los cuates estuvieron en medio de todo, pero en una situación o movimiento como el nuestro nadie lo pudo haber tomado completo. Fuimos muchos, pero tal vez no los suficientes para tomarlo todo…
Paula no picó en la discusión. Creo que su intención nunca fue llevarme para allá…
—Alex, pero sí me entiendes, ¿verdad? Que es hasta cierto punto riesgoso que Vicky sea llevada al Seguro o al Centro Médico para que la examinen. Eso generaría preguntas y no sé si pudiera contestarlas.
—No entiendo, ¿qué problemas podría tener?
—Primero: no quisiera que la tomaran por loca; segundo: ¿qué tal si en un delirio menciona algo, cualquier cosa, que comprometa a su hijo, detalles que yo no supiera… y ni tú tampoco?
Sentí que tenía razón.
—Bueno, ¿entonces?
—No sé. Supongo que algo se me ocurrirá en el camino. Yo aprecio mucho a Vicky. Me... ayudó mucho en lo de mi separación. Tú la conoces tal vez sólo como la mamá de tu mejor amigo. Yo la conozco desde hace varios años, y creo que es una de las mejores personas con las que me pude haber topado.
Me quedé callado por un momento y empecé de repente a hablar, diciéndole lo que más me preocupaba de todo esto:
—Lo que no acierto a comprender es el tipo exacto de problema que tenga. Creo que yo fui el causante de esa extraña llamada, ese viernes o sábado. Cuando hablé con ella me pareció al principio normal, me imagino, excepto... —vacilé un poco—. Excepto que me llamó Emilio, no Alex. Y así estuvo en toda la llamada. Me dijo que me cuidara… bueno, me trató como si me estuviera regañando por no haberme reportado antes… Ahí pensé que algo muy raro podría estar pasando. Por un momento me imaginé que no le habían dicho nada pero... más bien, creí que era una crisis. Una crisis normal a la altura de las circunstancias, si la palabra «normal» se pudiera aplicar en estos casos.
—Ya voy captando, te confundió con Emilio, o como que quiso creer que tú lo eras. Creo que sin que tú supieras cómo exactamente, le reforzaste la creencia de que Emilio estaba vivo. Alex, en ese momento quizá le creaste lo que ella necesitaba, una ilusión, un refugio mental.
—Entonces, ¿por qué sigue en la crisis? ¿Por qué no parece salir?
—No lo sé. No llego a entender hasta ese punto. Quizás hay una lucha en su mente. A lo mejor una parte de su entendimiento, de su conciencia, está conectada al mundo real. Esa conciencia está luchando contra la parte de ilusión que quiere mantener la fantasía de que su hijo no puede estar muerto…
—Como si dijera que la aparición del... amigo de su hijo le reforzará esa ilusión. Ahora, ¿qué debo hacer? Si aparezco frente a ella, ¿cual será su reacción? ¿Se profundizará? Si me ve solo, ¿no irá a pensar que sucedió algo terrible?
Me quedé meditando, y agregué:
—Y lo peor, ¿y que tal si me confunde con él y llegara a pensar que yo, Alex, soy Emilio? ¿Qué haré entonces?
Paula se me quedó viendo con unos ojos oscuros muy bellos. Pensé, aparte de lo anterior, que nunca había visto en ella lo que ahora mostraban, un gran desconcierto.
Estábamos en el antecomedor tomando una tasa de café. La señora Alcira llegó con una bandeja llena de pan de dulce. Casi no hablaba. Se me hacía muy seria, como que muy discreta. Paula y yo guardábamos una calma aparente platicando de temas diversos para pasar el tiempo. Sergio todavía no llegaba.
Yo estaba inquieto, sin saber qué camino tomar. Mi rumbo se había desaparecido y no estaba seguro de cómo lo retomaría. Mis planes de estudiar cine se habían derrumbado… o viéndolo con el mejor optimismo posible, se habían postergado.
Estaba consciente de que no me podría quedar mucho tiempo en la ciudad de México. No soportaría la tensión de que alguien me estuviera buscando con fines de represalia.
Nunca me había puesto a pensar en lo que era el miedo. Miedo para mí hasta entonces era perder un examen, que te pudieran atropellar en la calle, de no salir muy noche porque te podrían asaltar en un oscuro callejón. Incluso la muerte era un miedo lejano en el que yo no pensaba. Ahora con la situación actual no estaba seguro de poder vivir tranquilo. No así con la situación como estaba. Nunca me gustó lo azaroso o la situación inesperada. Me gustaba seguir una cierta rutina dentro de lo que hacía. Vi lo que tenía ante mi panorama. Emilio estaba desaparecido, o lo más seguro, muerto. A mí me estaban buscando. El CNH en franca desbandada. La gente atemorizada. La mamá de Emilio medio loca.
Me sentí mal después de haber pensado eso. Estaba así porque ya no tenía hijo.
Pero ella quizá creía que sí lo tenía. Y a mí me están buscando. A mí, a Alex. A Emilio no lo están buscando...
Sin saber por qué volví a recordar las veces que me decían si yo era hermano de Emilio. Éste, consciente del parecido, sólo se reía, aunque yo sabía que a veces lo incomodaba un poco.
Volví a acordarme también de la infinidad de ocasiones cuando la señora mencionaba a sus esporádicas visitas, de que no tenía a un hijo, que ahora tenía dos, refiriéndose a mí, situación a veces fastidiosa para los dos.
¿Y si ahora otra vez tuviera uno? Me sorprendí por lo que estaba pensando. Primero me lo negué a mí mismo. Luego comencé a imaginármelo. Pudiera ser una situación descabellada…
Y es que yo no me había puesto pensar en lo acorralado que me sentía. Alguien estaba muy interesado en encontrarme y yo no me sentía en ánimos de seguirle el juego. Por otro lado me encontraba en una extraña posición. Había una señora que me quería mucho y que, de alguna manera, se había identificado conmigo de un modo tan especial que me consideraba como un hijo sustituto. Yo, básicamente ya no tenía casa adónde ir, no tenía escuela a donde acudir. Yo, Alex.
Tomé la pluma y empecé a jugar con ella aventándola hacia arriba.
«Yo, Alex», me repetí.
La pluma se me cayó al piso. La recogí.
«¿Y si yo, Alejandro Castillo, dejara de serlo, y me convirtiera temporalmente por algún medio extraño en Emilio Abreu Campuzano?»
La pluma iba y venía hacia arriba.
«¿Hasta qué punto sería eso realizable?»
En eso entró Paula. Dejé de jugar con la pluma.
—Hablé con Sergio, no va a poder venir. Me dijo que le diera a Vicky uno de los calmantes. Ya se lo di y se quedó dormida.
—¿Está bien?
—Parece que sí. Ya está calmada, tranquila. Si quieres puedes recostarte o dormirte en un sofá mientras esperamos a que ella se despierte. Es sólo un calmante ligero. Va a dormir dos o tres horas. Deberías aprovechar para descansar un rato. Además, tengo que hacer unas vueltas al súper.
Vaya que necesitaba dormir. Me entró una duda:
—¿Y si suena el teléfono o si viene alguien?
Paula meditó por un segundo.
—El teléfono... lo voy a dejar descolgado. No espero a nadie, Sergio dijo que no va a venir, por lo menos hasta la noche. No, si llega a tocar alguien simplemente no abras. Yo traigo llave y no me voy a tardar. No creo que Vicky despierte. No te preocupes y nos vemos más tarde.
Tomó las llaves del automóvil de sobre una mesa y salió.
Una vez más traté de percibir el silencio. Aspiré una vez más el aroma de la madera y me volví a sentir un poco, al menos, reconfortado. Mis pecados se estaban perdonando al aspirar ese olor. Ese lugar me traía muchos recuerdos. Sobre todo de Emilio, por supuesto. Y no era para menos: desde que nos conocimos había estado en esa casa cientos de veces. Me la sabía de memoria.
Caminé por los pasillos de la vieja casona. Me asomé a la puerta que daba al jardín trasero.
La luz del día que entraba por la ventana de la puerta contrastaba con las sombras ocasionales de la vieja casona.
Abrí la puerta y salí al jardín.
Allí estaba el cuarto trasero. «Para las visitas» decía la señora Abreu, sabiendo yo por Emilio mismo que ya no tenían parientes que pudieran venir a la ciudad de México.
El cuarto lo dedicábamos para estudiar y para pasar noche tras noche escuchando música sin molestar a la señora Abreu.
Pensé en el frío que también se colaba continuamente por las rendijas imperfectas en los inviernos de la gran ciudad.
Volví sobre mis pasos hacia dentro de la casona.
Tenía sueño. Estaba cansado. Fui al estudio que estaba en la planta baja.
Su minibiblioteca me recordó las discusiones de política que sostuve muy frecuentemente con Emilio. Vi el escritorio de madera. Sobré de él estaban los libros de Emilio del año pasado. Me contuve y no los toqué. Pareciera que Emilio en cualquier momento entraría a decir cualquier tontería, como si hubiera regresado de su recámara con algo que hubiera olvidado, como siempre le pasaba. Me senté y vi una revista LIFE, nuevecita. Traía a los Beatles en la portada. Pareciera que estaba sin abrir siquiera.
La iba a empezar a hojear sin ponerle atención realmente, cuando encontré esa palabra, la que en ese momento me causaba más daño. Como sintiendo un dolor que me revolvió el estómago, leí el increíble titular: «Terror en una Noche Triste». Estaba leyendo el primer reportaje gráfico sobre Tlatelolco.
Cuando lo terminé de leer me sentí deprimido y asustado. Ver las fotografías, leer el texto y sobre todo, la gran mentira sugerida que yo mismo terminé asqueado, la de que solo veinticinco personas habían muerto. Y eso es lo que decía la prensa internacional. Eso es lo que pasaba en México, desórdenes estudiantiles, sólo eso. Nada más.
No pude aguantar. Cerré la revista y escapándome de una realidad incomprensible y demoledora, me abandoné y me dejé dormir.

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