Novela Technotitlan: Año Cero (primera parte)

Esta es la primera parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 14 capítulos. Después de acabar esta primera parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 02, 2006

5. El Libro



México, D.F. julio de 1993.

NACÍ CON el nombre de Alejandro y me decían Alex. Mi pasado, en comparación con lo que he vivido, es ya lejano y no importa; ni quiénes fueron mis padres, ni siquiera si tuve tíos o no. No fui, hasta los dieciséis años, ni una persona querida o lo contrario. Lo que importa en realidad es que cuando entré en la prepa conocí a Emilio Abreu Campuzano y que por muchas circunstancias diversas… bueno, ya lo explicaré.
Por años no me he llamado Alex. Hoy, y sólo durante estas páginas, me llamaré como originalmente fue mi nombre: Alejandro Castillo.
El desconsuelo me embarga y me obliga a sentarme a escribir esto junto con la historia de mi pasado. No, éste nunca me persiguió. Tampoco escribo esto como expiación de mis pecados ni como disculpa por mis actos, sino más bien por mero amor y recuerdo a lo que me dio la oportunidad de vivir una segunda vida.
Quizá fui cobarde y pude haber sobrevivido sin tanta argucia, o quizás es que nunca me supe enfrentar a la vida. Me escudé en una máscara de una no-existencia pero... sin embargo... pude vivir. Y vivir es recordar.
Emilio. El verdadero Emilio. A ti te lo debo.
Bueno, aquí estoy. Tengo 43 años, no tengo mucho de haber llegado de España. Volveré allá dentro de poco. Detalles del Quinto Centenario y otros asuntos. Este país, mí país, México, me resulta extraño. La gente me ve raro mientras hablo. Dicen que traigo la «c» muy cargada. No lo sé. No me hace mucha gracia.
Estuve releyendo lo que dejé de mi vida y que, curiosamente, estaba de algún modo intacto allí todavía, en el viejo cuarto trasero de huéspedes.
Libros, revistas, que de repente envejecieron en mi memoria. La señora Abreu Campuzano, «mi jefa», sigue más allá de la realidad; la señora Alcira, toda seria e interesante, no sé si ellas envejecieron o qué… Quizá sea que en ellas el paso del tiempo existe solamente de soslayo.
Cuando sucedió todo «aquello», ellas hicieron lo posible por resguardar todos los documentos, protegerlos de la humedad, suponiendo (bien) que a lo mejor iba yo (o alguien más) a volver algún día, no sé si de la tumba o del exilio.
Exilio. Cómo odio esa palabra.
México ha cambiado. El aire es más denso. Más picante. Muchos automó-viles, mucha gente.
Pero la vieja casa está igual. El jardín, el pequeño cuarto trasero. Lo primero que vi cuando entré fue el ropero en donde yo guardé una buena temporada mis artículos personales. Incluso había rastros de los papeles que le pegamos un día.
Como que allí hay algo que es parte mía y, sin embargo, no hay nada. Me doy cuenta de que ya no pertenezco aquí.


Estoy saliendo como de un trance. Estoy despertando a mi realidad. Hoy pasé por Insurgentes y vi Ciudad Universitaria de lejos. Un oficial de tránsito me pitó al lado y una patrulla encendió las luces. Me asusté un poco. No, me estoy mintiendo, me asusté un buen. Pero, a Dios gracias, no fue para mí.
Después pienso que no debería asustarme, que todo acabó.
Todo acabó hace mucho.
Hoy veo muchas armas en la ciudad, muchas de grueso calibre. En los bancos, en las esquinas, en los restaurantes, se respira un aire de cierta violencia queda. Percibo cierta tensión…
Quizás es que me quiero ir.
Pero tengo que terminar algo primero.
Conseguí un microordenador para escribir esto. Pero me estaba faltando un detalle hasta que lo conseguí no descansé. Quizá lo vieron en mi mirada. Quizá los silencios hablaron por mí. Quizá fue la cara de «la jefa» diciéndome con su silencio mucho de lo que nunca me pudo decir. O quizá fue la señora Alcira dándome las llaves del cuarto trasero. No cruzaron palabra conmigo más que lo mínimo indispensable. Fue extraño, distinto.
Es curioso, salgo por la mañana al México Moderno y por la tarde vuelvo al México de antaño. Chocolate, huevos, frijoles, tortillas, el olor a encerrado. Aquí estoy en una cápsula del tiempo. Todo está congelado.


En momentos me doy cuenta que yo ya no pertenezco aquí, que quiero irme de inmediato. Después me tranquilizo y siento que eso no es posible, como si México me siguiera atando. (Quizá me atará por siempre). Pero muy próximamente me iré, lo sé.
Por lo demás, tengo un problema de índole práctica: no quisiera que alguien me reconociera. Podría tener problemas.
¿Cómo explicaría mi reaparición a algún viejo amigo? ¿Quién voy a decir que soy? Imposible.
Lo bueno es que ya voy a terminar mi visita. Sólo tengo que arreglar tres detalles: uno es la parte comercial a la que vine, a punto de concluir. Otro más que se tendrá que resolver tarde que temprano, de una manera u otra. Y lo último: esto que estoy escribiendo. Concluir el viaje sentimental obligado, todavía que estoy sano y lúcido.


Encontré las cartas de Emilio. Siempre se me hacían diálogos en un solo sentido, más que monólogos. Me emocioné de sólo ver su firma. Siempre le criticaba cómo hacía su caligrafía, en especial la letra «e». Seguido le decía que así no estaba bien. Él me sonreía y me decía que me fuera al diablo, o su equivalente, que así se le hacía fácil y que lo demás no importaba.
¿Qué cómo las encontré? No hubo necesidad de pedirlas. Ahí estaban en su caja, en la cama del cuarto de... «mi» cuarto. Las descubrí después de cenar. Las leí una por una. Después de tanto, todo se me viene encima. Vuelvo a gozar, vuelvo a divertirme, vuelvo a enardecerme, me pongo triste, se me pone la carne de gallina.
El resultado es igual. La tristeza termina por invadirme.
Las intercalaré una por una en mi narración, según entienda. Creo que son valiosas. Y si no lo son, no me importa, son de alguien que todavía me importa mucho, después de tantos años.
Ya basta de introducción.

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