Novela Technotitlan: Año Cero (primera parte)

Esta es la primera parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 14 capítulos. Después de acabar esta primera parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 02, 2006

4. Preguntas


Páris suspiró. Guardó los papeles con el cuidado que pudo dentro de la carpeta, como en una pequeña ceremonia, y los acomodó. Vio la hora. Ya era pasada la una. Con razón tenía hambre. Se acordó de preparar la excusa para la señora Alcira.
La otra opción era sencillamente decirle la verdad, que se entretuvo con unos papeles. Sí, eso sería todo. Total, mañana era domingo y podría continuar la limpia. De hecho, en ese momento ya no estaba de humor como para seguir las labores.
Volvió a curiosear por entre las cajas. Había una pequeña caja de cartón rígido que no había podido ver antes. Quizás habría algo más, ¿fotos? Sí, allí estaban. Viejas fotografías en blanco y negro, algunas en color ya muy desvaído.
Otra vez le volvió esa sensación familiar. «Allí seguro que va a estar mi papá. Mi abuela joven, quizás». A esas alturas ya no se asombraba tanto. Cualquier persona se acostumbra al azoro después de estar azorada por un buen rato.
Las vio de manera ligera, una tras otra.
Grupos de amigos, quizás estudiantes. Todos eran jóvenes, un poco mayores que él. Fiestas o reuniones. «Qué raras fiestas, ellos vestidos como con trajes formales, ellas igual, con vestidos que seguramente intentaban ser elegantes. Y mira esos peinados de las mujeres», se dijo Páris, mostrando cierto respeto hacia las modas que en realidad no le parecían tan ridículas. Mucha gente desconocida.
Pero no toda. Allí estaba su papá. Ese era, ni más ni menos. Contuvo la respiración por un segundo, examinando la foto con atención. Eran tres personas, dos muchachos a un lado y una muchacha al centro. En el suelo se veía una cámara de cine, al parecer antigua (por supuesto), recostada. Bolsas y más bolsas. Al fondo había personas que no ponían mucha atención a la cámara.
Los tres jóvenes denotaban mucha camaradería. Ella, de pelo largo, rizado, seguramente castaño, de blusa oscura, pantalones, al parecer sandalias, viendo a la cámara sonriendo de manera picaresca. El de la derecha, se veía alegre y despierto, el de la izquierda, de lentes, un tanto más solemne, serio.
«Mi papá siempre salía serio, según me cuenta la señora Alcira, con sus lentes», se dijo.
Páris se sonrió. Luego le reclamaría a la señora Alcira de la existencia de estas cajas y volteó casualmente la foto por el reverso a ver si alguien le había escrito la fecha o algo así importante o significativo.
Y sí, ésta también traía un mensaje: «Aquí estamos, jefa, en Ciudad Universitaria, hoy 13 de agosto, estando a punto de partir a la manifestación. Alex, como siempre, con lentes (no se los va a quitar nunca, parece) y su cara larga. Aurora, preciosa y yo, ya sabes, siempre en el relajo».
Estuvo a punto de soltar la fotografía mientras tomaba la siguiente cuando un impulso repentino le detuvo la mano en el aire.
«Un momento». Páris se quedó frío por un instante. Volvió a ver la foto. Y volvió a leer el reverso. Algo andaba mal. «Alex, como siempre, con lentes...».
Aun y cuando Páris no tenía más que tres fotos de su papá, y éstas no eran muy claras, lo que sí tenía claro era que su papá era el de los lentes. Indiscutiblemente. Lo había sabido desde siempre. Toda su larga vida consciente de catorce años.
Examinó las fotos con aún mayor atención y detenimiento. No había duda, ese de lentes era su papá: Emilio Abreu.
Pero… ¿por qué se habían equivocado en la foto? En definitiva, era eso, se debieron de equivocar de nombre. Alguien le había puesto a su papá el nombre de «Alex».
«¿O que mi papá se llamaba Emilio Alejandro…? No, creo que no», reflexionó Páris. La señora Alcira nunca se lo había mencionado y él ya había visto algunos papeles oficiales incluyendo un acta de nacimiento viejísima de su papá donde decía llamarse claramente Emilio Abreu Campuzano. Así, sin guión. Él era Abreu-Campuzano, con guión. Decisiones de familia, le había dicho la señora Alcira.
Sin menor duda, su papá ni por asomo se podía haber llamado Alex, o Alejandro. ¿Algún seudónimo?
«A lo mejor en ese momento se estilaban los nombres falsos», pensó esperanzado de darle mate al pequeño misterio.
Sí, debió ser un error.
Tomó la otra foto. Ese sí era su padre. Como si la foto hubiera sido tomada el mismo día de la anterior, pero al final del mismo. Un Emilio cansado veía a la cámara, quizás un poco más despeinado. Volteó la foto para ver la dedicatoria:

En la noche de 13 de agosto de 1968 Alex ya no quería fotos
Cómo nos reímos Aurora y yo. La pasamos bien suave. La neta.


Páris se estremeció. Ya no había la menor duda. El tipo de lentes era «Alex», al cual él identificaba como Emilio. Era como si se hubieran cambiado los papeles de una manera extraña e inverosímil.
Ya con más celeridad revisó las demás fotografías. Encontró ahora una del otro tipo, el amigo que estaba a la derecha, en la primera foto. Estaba sonriendo. Leyó al reverso:

Para mi mami, de su hijo favorito (el único, ja-ja) que la quiere mucho y que la extraña,
Emilio.
México, D.F. 14 de agosto de 1968

Páris estaba congelado. Emilio, su papá, no era el mismo que aparecía en las fotografías correspondientes. Su papá seguía apareciendo con otro nombre: «Alex».
Y el que se decía Emilio era un perfecto desconocido. Al menos para él. Algo bastante extraño estaba sucediendo. Se sintió sobrecogido por lo que estaba leyendo y, sobre todo, por las implicaciones. Su mente empezó a trabajar con rapidez.
«A ver, ¿cómo está esto? Primero, una foto de tres amigos. Yo identifico al de la foto como Emilio, mi papá. Segundo, la foto dice que es Alex. Resulta que una segunda foto también lo identifica como Alex. Hasta aquí todo puede ser un juego de intercambio de papeles. Eso es, sólo un juego.»
La tercera foto. Dentro de sí, Páris intuía que venía a demoler la realidad establecida.
Empezó a comprenderlo todo. Como si una luz intrusa se hubiera posado en un lugar que él no quería interesarse en iluminar.
«Sí. Las fotos que he conocido hasta ahora son de este ‘Alex’ y no de este otro ‘Emilio’. Además, la situación está clara, ¿no? Siempre me le he parecido a mi papá… Este ‘Emilio’ es el hijo de mi abuela y ahora resulta que yo soy hijo de ‘Alex’. Aparte, para rematar: yo de ninguna manera me parezco a este Emilio, yo me parezco a este ‘Alex’...».
Páris sintió su cuerpo muy pesado de manera repentina. Se sintió sofocar un poco. Las fotografías se disolvieron en su mente. Cerró sus ojos y el pequeño instante se le hizo bastante largo. Necesitaba respirar aire fresco. Inhaló con fuerza.
Las preguntas se le sucedieron una tras otras sin detenerse a contestarlas, eso sería después: «¿Qué está pasando aquí? ¿Quién vino a cambiar las cosas? ¿Por qué Emilio dejó que se cambiara el nombre? ¿Qué supo mi abuela de todo esto? ¿Será ella mi abuela de verdad?»
La mente de Páris se convirtió en un remolino. Cerró los ojos y soltó los papeles. Las sienes las sintió más abultadas. Abrió los ojos y miró hacia el espejo que tenía de frente y se desconoció. Ráfagas de vértigo le cruzaron por su cuerpo una y otra vez. Al mismo tiempo sintió que la piel se le había erizado. Y tal como había llegado el mareo, éste cesó repentinamente.
Inhaló de manera profunda. No le fue suficiente. Y volvió a hacerlo. Cerró los ojos y se los talló con las manos. Los abrió y se observó los vellos de sus antebrazos.
Ahora sólo dijo en voz alta:
—Y ahora, lo más interesante: ¿quién es mi papá?
Y allí, frente a un ropero, unas cajas de cartón, unos documentos, una carpeta y unas fotografías absurdas, restos de un ayer patético, Jean Páris Abreu-Campuzano se sintió más sólo que nunca en toda su solitaria y ahora patética vida.
A pesar de que buscó, Páris no encontró nada más de interés. El resto del día se logró sobreponer y arregló el cuarto a como pudo para no enfrentarse con la furia eterna de la señora Alcira y se llevó, a como pudo también, y con todo el sigilo posible a su edad, el precioso cargamento hacia su cuarto.
Después de llegar y de hacer la comida la señora Alcira verificó que Páris había cumplido con lo prometido, con desgana pero cumplió, al menos. Al ir con él para preguntarle qué quería de comer, Páris le contestó que no tenía mucha hambre.
Más tarde, la señora Alcira lo trató de buscar para preguntarle sí quería merendar, pero él, a su vez, no le contestó más que con monosílabos y bisílabos. Lo único extra que dijo fue un «estoy cansado» seguido de un «no gracias» y de un «después, más tarde».
La señora Alcira, ocupada en otros menesteres, no le prestó más atención. Después de todo era sólo un adolescente más.


Los domingos en esa zona de la ciudad de México eran particularmente calmados y esa mañana no podía ser la excepción. Páris yacía en la cama perezosamente, sopesando las acciones a seguir.
Volteó hacia la ventana y de allí hacia su escritorio donde estaba la caja de la carpeta. No entendía nada. ¿Por qué todo era tan complicado? ¿Por qué no podía ser más sencillo?
Como todos los muchachos de esa edad, odiaba las complicaciones. ¿Cómo alguien podría haber querido hacerle… eso?
¿Cómo reclamar algo de lo que exactamente no se tiene una idea clara?
Con todo el dolor de su corazón, tendría que leer las cartas y adentrarse en el libro-carpeta.
Miró las fotos una vez más, y las volvió a comparar. Su papá-Emilio ya no era de ese nombre. Ahora era su papá-Alex, quien quiera que fuera él realmente. Su papá-Alex.
Se levantó. No tenía deseo alguno que valiera la pena. ¿Prender la tevenet y jugar un videojuego en línea con doscientos desconocidos? No. No había humor. Según él había qué tener humor para realizar ese tipo de actividades constructivas. Y hoy no lo tenía. Lo que tenía en ese momento ocupando su mente era sombrío.
Miró de nuevo hacia la carpeta con arillos blancos en su caja. Allí quieta, la carpeta parecía estarle exigiendo que le leyera, que era vital para su existencia, que era necesaria para darle de nuevo un sentido a la existencia, para encontrar el soporte necesario que estaba trastabillando. Papeles viejos dentro de una carpeta sin valor aparente. Se preguntó si todo valdría la pena. Inspiró profundamente.
La leería. Pero antes, iría a la cocina a recuperar fuerzas. Sería una ardua tarde y probablemente una ardua noche.
Sigilo absoluto, concentración total. Vació lo que pudo de la alacena y antes de darse a conocer con los nativos, huyó sin dejar rastro. En su bandeja llevaba lo indispensable para sobrevivir unas horas. Dudó un poco si incluir un chocolate. No, sólo lo nutritivo. Mermelada, pan, tenedor, refresco. Línea libre hacia su cuarto. La puerta cerrada. El mundo atrás. Todo listo sobre su escritorio. Encendió su equipo de música. No sabía cuánto se tardaría, pero tenía todo el día, la tarde y quizás hasta la noche.
Por fortuna, gracias a los esfuerzos y apoyo del profesor Rubén Solís, Páris disfrutaba de leer en Internet 2 y en los DVD-2s del momento, además de hacerlo en papel y libros de toda especie y de todas dimensiones.
Dio una mordida a su pan con mermelada. Después de pasarse el bocado, tomó un trago a su pepsi y respiró hondo.
Tomó la carpeta y empezó a leer la introducción. Sin saberlo, de una manera casi inconsciente fue deslizándose hacia dentro de un mundo y tiempo lejano, separado de su presente y a su futuro, pero sólo hasta ese momento. Las palabras encontradas, dentro de lo que estaba a punto de sumergirse, lo dejarían fascinado por toda la vida.
Afuera en la gran, venerable, ciudad de México, de manera imperceptible, todo siguió igual y todo cambió.
Sin percatarse de los espíritus y de fuerzas invisibles e incontenibles ya invocados y danzando a su alrededor, Páris tomó la carpeta y leyó. Y leyó, y leyó, hasta que las llamas del infierno, su infierno, lo consumieron.

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