Novela Technotitlan: Año Cero (primera parte)

Esta es la primera parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 14 capítulos. Después de acabar esta primera parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

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Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 02, 2006

1. La señora Alcira


A LAS 10:30 de la mañana del día 19 de abril de 2007 el futuro de Jean Páris Abreu-Campuzano se alteró para siempre. Su ambiente y su mundo, su vida y su relación con lo que lo rodeaba, se fracturaron de manera irreversible.
Sin embargo, todavía le quedaban dos horas y media de relativa tranquilidad.
Los pájaros que volvieron a habitar la zona sur de la ya no por mucho tiempo capital de la nación, trinaban y se dedicaban a realizar sus actividades cotidianas de alimentación.
También las amas de casa, desde hacía ya rato, seguían su vieja costumbre y cómo en señal todas juntas, salieron a barrer o aspirar las hojas caídas de los árboles frondosos que proliferaban de manera espectacular. Estos árboles, ya cuarentones, con sus raíces rompían muy lentamente las banquetas por ahí y por allá.
Indiferente a sus destinos, la vieja ciudad de México saludaba a sus habitantes.
Afuera de la casona, el aroma de los árboles y flores de su generoso jardín se mezclaban con un olor intenso a humedad y a rocío. Su límite lo marcaba otro olor, éste, más picante, advertía que más allá, a no menos de una veintena de metros, estaba una gran avenida con muchos carros transitando y exhalando, algunos, monóxido de carbono y otros, inocuos compuestos de hidrógeno.
Adentro, la señora Alcira se despertó, según su costumbre, con una oración de gracias. Se aseó con agua fría y se vistió. Bajó a la cocina a preparar el desayuno.
Ésta, como todas las cocinas mexicanas, estaba equipada de manera tradicional. Allí descansaba un molcajete tradicional al lado de la licuadora. Allá estaba un horno de microondas. Y acullá estaba el amasador de harina. La despensa, era grande. La mesa del antecomedor conformada de madera negra y labrada con figuras que de alguna manera sonreían al probable comensal. Rodeada de seis sillas ya no muy cómodas debido al constante uso y al obvio paso de los años. La estufa eléctrica simulaba un espacio blanco y mantenía un hornillo raramente usado.
En la pared vigilaba un crucifijo. Éste, junto con el molcajete, la mesa y las sillas, eran lo único de la cocina que no tenían conexión eléctrica alguna. En una de las esquinas una televisión, como la señora Alcira todavía le llamaba a las nuevas tevenet, observaba. Y toda la cocina estaba bien y hacía juego mexicano, incluso con su panel de control.
La tenue oscuridad fue rota cuando ella entró y de manera simultánea se encendieron la luz y la tevenet iluminándolo todo.
—Canal ciento diez, por favor.
La pantalla se sintonizó en la frecuencia mencionada de manera inmediata. Apareció en ésta un programa que hablaba de las últimas noticias dichas en tono amable y positivo. Aunque la señora Alcira reconocía que éstas a veces carecían de contenido real y veraz, eso, a fin de cuentas, no le importaba.
—Más alto.
El aparato obedeció. Las voces melodiosas y agradables de los locutores se apropiaron de manera suave, pero firme, de la cocina.
Empezó a hacer el desayuno. Los huevos le salieron sin imperfecciones. La señora Alcira sabía que Jean Páris no era goloso, sin embargo, le conocía su debilidad del pan blanco tostado con mermelada.
Como todos los sábados, era día de alternancia de terapia de la señora Vicky. Hoy la iban a llevar de paseo al Zoológico de Chapultepec. La señora Alcira miró hacia el reloj. Faltaba una hora y quince minutos antes de que vinieran por ambas. Procuraría terminar pronto para poder arreglarse y estar presentable.
«¡Ah, Páris, muchacho éste! Se le está haciendo tarde para bajar a desayunar otra vez…», pensó, impacientemente. Fue hacia el panel de control en la pared. Oprimió un botón.
—Páris… —dijo con cierto tono de ansiedad y esperó. Nada sucedió, cubrió el desayuno para que no se enfriara y continuó con las actividades normales.
Cinco minutos después volvió a repetir.
—Páris, ¿ya te levantaste?
Nadie contestó.
—¡Jean Páris! ¡¡¡¿Ya te levantaste?!!! —Volvió a preguntar, más enérgica.
El monitor permaneció sin imagen, desde la bocina una voz entre pastosa y ronca le contestó:
—Ya, ¿es muy tarde? —Hubo una pequeña pausa—. Sí… ¡ah, caray! ¡Es tarde! ¡Señora, le dije que me levantara más temprano...!
La señora Alcira, viendo a la pantalla inútilmente, contestó de manera airada:
—Tú fuiste el que no obedeciste, te hablé desde hace un rato y todavía no sé porque no contestabas…
Páris (él decía que su nombre se acentuaba en la primera sílaba) sonrió.
—Okey, ya voy a bajar —dijo.
—¡Ya era hora, muchacho! Ayer me dijiste que ibas a limpiar el cuarto del jardín y ya se te está haciendo tarde.
Jean Páris ni siquiera se inmutó por la voz que sonaba eléctricamente enojada desde la bocina. Contestó calmado:
—Ya le dije que le tengo miedo a las cucarachas y ratones. Ese lugar está viejísimo, además, huele muy feo…
—Te vuelvo a decir —la señora sonaba molesta—: ese lugar está más limpio que tu propio cuarto. Sí, admito que está algo desordenado y tiene más de tres años que no se le da una manita de gato, pero nunca permití, en los cuarenta que tengo de estar en esta casa, que se deteriorara tanto como para que hubiera plaga, como dices.
—Ya señora, ya entendí —Páris sólo sonrió—. Ya voy a bajar. Si no es mucha molestia ¿me podría servir el desayuno con el pan de mermelada de fresa no dietética como quedamos?
— Te va a ser daño tanta azúcar, Páris. Te serví la McCormick natural. Y ya baja, nunca me ha terminado de gustar el hablar por estos aparatitos.
—Ya voy.


Jean Páris se estiró y volteó a su alrededor. Todo estaba como lo había dejado la noche anterior. Los cartuchos de video, desordenados en la caja al pie de su cama. La nueva tevenet, apagada, y la música sonando alegre desde el receptor. Los ritmos no eran exactamente de su agrado pero no sonaban del todo mal. Uno más de los grupos que experimentaban con guitarras de aire virtuales.
Pero ya era sábado por fin y podía, por lo tanto, descansar un poco de la misma rutina de los días de escuela.
A sus catorce años, en general, y en ese momento, en particular, Jean Páris estaba en disgusto consigo mismo porque no pudo aprobar el módulo mensual de Matemáticas VII y tenía que repetirlo completo. «Falta de estudio», decía él. «Falta de concentración», agregaban sus maestros.
Aunque gran parte de sus compañeros se escudaban en el muy familiar síndrome de déficit de atención para justificar su bajo rendimiento, Jean Páris no lo hacía así. Él simplemente estaba de acuerdo en unas dos cosas: las matemáticas no le gustaban del todo y le faltaba estudio y dedicación.
Quedó de ponerse al corriente conectándose a la escuela, pero por el momento a él no le interesaba perder la mañana de un glorioso sábado en eso.
Claro que tampoco le interesaba mucho limpiar un cuarto sin chiste en el jardín. Lo veía sólo como una habitación grande con camas y con sábanas que expedían un hedor húmedo, inmerso y básicamente desagradable, además de bastante frío para su gusto.
«Vaya, esto será bastante aburrido. »
Pero ya hacía dos meses que había prometido limpiarlo. Ya no podía posponerlo más. Se le habían acabado las excusas de dolores, tareas, compromisos. Todos los buenos pretextos ya estaban reciclados y ninguno le quedaba, bueno, original o válido.
«¿Y si le digo que no aprobé Mate VII y que me tengo que quedar a estudiar?», pensó, pero de inmediato desechó la idea: «No, no creo que le guste, le daría un coraje probablemente, y a lo mejor luego me encargaría a mí algo peor… algo tan desagradable que entonces al que le daría el coraje sería a mí.»
«No, no, ni modo, tengo que limpiar ese pinche cuarto.»
Mientras se vestía, encendió la conexión con NetNet en la tevenet, y verificó si tenía mensajes personales en su buzón. Al no encontrar nada procedió a leer la correspondencia chatarra de costumbre.
«Y eso que tengo los filtros activados», pensó mientras observaba pasar rápidamente en su pantalla las imágenes de sus mensajes. Como siempre, encontró veintenas de estos, anunciantes vendiendo sus productos y servicios como mercancías en aparador.
«Compre…». «Suscríbase…». «Conozca…». «Disfrute…». «Sienta…».
Los filtros los había definido para detener todo el océano de mensajes diarios que llegaban y así seleccionar sólo los de su propio interés. Entre sus palabras clave permitidas estaban: «modelos de armar», «pesca», «fotografía», «Nueva Zelanda», «estación espacial» y «Marte».
Al no hallar lo que deseaba con estas características, procedió a darles el comando de VACIAR y, apagando la pantalla, bajó a desayunar.
—Buenos días —dijo con cierta intención sarcástica.
La señora no pareció inmutarse, sólo se limitó a contestar en forma correcta:
—Buenos días.
Páris se volcó hacia el desayuno, que estaba caliente todavía, y cuando acabó, dijo:
—Señora Alcira, ¿habría alguna manera de posponer la limpia del cuarto de atrás?
Su respuesta no se hizo esperar envuelta de una justa ira y un justo desencanto:
—¿Cómo Páris? ¿Otra vez…? Pensé que ya habíamos quedado...
Al ver la cara de desilusión de la vieja ama de llaves, Páris se retractó de inmediato, compadecido:
—No quise decir que por tiempo indefinido, lo que quise decir que si lo postergase por una hora, sólo si se podía…
—¿Una hora? ¿Una sola hora? ¡Ah, bueno! No, no importa, mientras esté hoy mismo no me importa... Bueno, me tengo que ir ya. Voy arriba. Limpia lo que usaste, ya sabes.
—Sí, señora.
Páris se quedó sólo y respiró aliviado. El hecho de discutir con una anciana era lo que él definía como diversión. Pero aunque le encantaba hacer rabiar a la señora, no quería pasarse mucho de la raya.
Un rato más tarde la señora Alcira bajó de nuevo a la cocina. Páris se encontraba sentado en la mesa untando mantequilla a un pan tostado.
—¿No habías terminado de desayunar? —Páris se encogió de hombros sin verla— Ya te dije, no vayas a ensuciar. Oye, voy a llevar a tu abuelita al zoológico, ¿no quieres venir? Podrías limpiar más tarde.
—Que les vaya bien.
El tono de Páris fue de calculada indiferencia.
—Tú también deberías de ir. A tu abuelita le gustaría mucho que la acompañaras, Páris.
—Mmh… Señora Alcira, con todo el respeto que usted me merece, ¿cómo sabe qué es lo que a ella le gustaría? Ella no se puede comunicar —su tono era de perfecto conocimiento de causa—. Yo quiero a mi abuela, pero no imagine más de lo que es. Si usted quiere que vaya, así dígamelo, pero no me venga con que ella le pide cosas.
Ella pareció estar puesta a la defensiva. Se ruborizó y bajó la vista. A continuación dijo:
—De acuerdo, entonces te lo pido yo, ¿quieres venir?
—No, gracias, voy a limpiar allá atrás —y mientras se lo dijo se echó todo un gran bocado a la boca y le dio la espalda.
—¿Páris?
—¿Qué?
—La llave está en el cajón de siempre…
—Ajá.
Páris seguía mostrando indiferencia.
Ella reaccionó con paciencia. Vaya que conocía al muchacho. No valía la pena ofenderse por actitudes de niños. Ella pensó que Páris algún día se acordaría que, entre virtudes y defectos, ella, la señora Alcira, era por lo demás comprensiva. Pero todo lo que pensó se lo guardó en su interior. Era su juego normal de comunicación: un póquer extraño de tipo coloquial.
—No tardamos —dijo. ¡Y no hagas más mugrero del que hay!
Y entre bocados, Páris le contestó secamente:
—No.


El silencio sólo era interrumpido por los trinos matutinos de los pájaros en los árboles. Ocasionalmente se escuchaban los sonidos de los pavorreales de la casa de a lado.
Páris sentado en una banca disfrutaba de la sombra de uno de los árboles del amplio jardín. Ese sería un buen día.
Mientras se preparaba mentalmente —como hacía siempre—, tomaba una lata de coca cola a sorbos. No le gustaba el jardín. Lo consideraba ajeno a él. Significaba tardes perdidas por podar el césped, recoger las hojas, tirar la basura, lavar las ventanas; en fin, bastantes tareas que sonaban a trabajo («¡deberías de hacer algo diferente que jugar con la tele esa!»). Limpiar el cuarto de atrás del jardín era otra de esas actividades que se traducen normalmente en trabajo.
—¡Qué mugrero!
Desde que tenía memoria, Páris había sido el mozo, el mensajero, el ayudante, el lavador de platos (aun con lavadora automática), el «voluntario a fuerza» que cambiaba los filtros de la reprocesadora de agua. En resumen, era el trabajador no asalariado número uno de esa casa en particular. Nada de diversión, puro trabajo. Escuela-trabajo-escuela-trabajo. Siempre tenía algo que hacer. No era divertido.
Bueno, aquí entre nos, pensaba Páris, junto a esto, la tevenet. Más de quinientos setenta canales distintos y nada de nada en ellos.
Ahora con la instalación del nodo de NetNet en su casa, que él consiguió con base en su cuota asignada semanal, y aduciendo que era tarea y estudio, pudo conseguir que la rutina diaria se transformara en algo más interesante, estimulante y diferente.
Dirigió la vista hacia las mecedoras que daban al jardín. Ahí, con sólo cerrar los ojos se aparecían su abuela y la señora Alcira cerca de ella.
Siempre juntas.
No que odiase a su abuela. No la odiaba, pero no le tenía mucho sentimiento ni a favor ni en contra. Siempre callada. ¡Claro! No podía evitarlo, estaba semiparalizada, ¿no?
Eso sí. Tenía una mirada serena. Sin muchas arrugas. A Páris no le gustaba la gente anciana. Pero, en fin, a diferencia de la demás gente anciana, él bien podía convivir con ésta. Como que era su abuela. Veía a su abuela y veía hacia el pasado.
Y ese era el problema.
Él no era desagradecido. De alguna manera intuía que todo lo material que le rodeaba era de su abuela y que de ella venía la salud de los dineros. Y eso lo sabía desde que tenía memoria, desde que su mamá...
Se sintió raro de repente. Hacía mucho que no se acordaba de su mamá, quizá más de una semana. Ya había deducido que le daba por ciclos. A veces se sentía que la extrañaba mucho y que le hacía falta. La señora Alcira era buena en general con él, pero Páris siempre sintió que no era lo mismo. Claro, ahora que lo pensaba, era absurdo que la señora Alcira pudiera llegar algún día a ser como su mamá.
¿Y cómo, o qué, es una mamá después de todo? Sus amigos siempre que podían le decían: «Te regaña. No la entiendes ni ella a ti. Te molesta en tus cosas. Y siempre, siempre se mete en tu vida…». Páris se sentía confuso una vez más. Todo lo referente a su mamá le parecía que residía envuelto en una niebla. Como que ahí radicaba una confusa indefinición que no terminaba por comprender.
Escuchó un sonido que lo sobresaltó. Una paloma que estaba sobre un poste de colgar ropa volvió a hacer el mismo sonido. Ambos se quedaron viendo por unos segundos pero la paloma lo ignoró. Él le hizo lo mismo.
¿Y su papá?
Eso era más difícil. Eran incontables los compañeros de escuela que vivían con un solo padre. La mayoría vivían sólo con la mamá o con el papá. Era normal. De hecho, vivir con ambos era cada vez menos común.
Tomó una piedra pequeña y se la aventó a la paloma. Erró y ésta levantó el vuelo, indemne. Al instante se arrepintió de hacerlo. Se sintió un poco más solo.
Los pájaros dejaron de cantar. Páris se dio cuenta y escuchó con atención. Al siguiente instante volvieron a su trino. Suspiró. Miró hacia el cuarto.
La señora Alcira: «Así es, Páris. Una recámara con dos camas gemelas y baño. Tiene cocineta. Es cómoda. Hay un ropero. Su propio burro de planchar. Con acceso separado de la casa. Independencia total. Todo listo para ser usado como cuarto de huéspedes…»
Pero nunca hubo huéspedes.
Nadie vino.
«…o para rentarlo a algún inquilino. Una nunca sabe, siempre cae bien una extrita.»
El caso era que, por lo que él sabía, el cuarto jamás fue anunciado.

1 Comments:

Blogger Unknown said...

No sé si pueda dejar un comentario(pero voy a hacerlo),solo dos palabras incorrectas (según yo).
- Te va a ser daño tanta azúcar
(Te va a hacer daño)
- se escuchaban los sonidos de los pavorreales de la casa de a lado. (la casa de al lado)
Por lo demás bien hasta el momento.

Paloma

8:26 PM  

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