Novela Technotitlan: Año Cero (primera parte)

Esta es la primera parte de la novela de Technotitlan: Año Cero. Consta de 14 capítulos. Después de acabar esta primera parte, favor de recordar que son cuatro partes. Se publicó en Internet por primera vez en 1998. Se publicó impresa en edición de autor en 1999. Aquí está de nuevo.

My Photo
Name:
Location: México / Monterrey, Mexico

Aquí hay cine, rock, tv, historia, ciencia, temas de tendencias, comentarios de noticias, y mil cosas más que se me irán ocurriendo... Por otra parte hay más blogs, tengo uno de cuentos, otro es sobre las crónicas de nuestras guerras secretas, Además el de mis novelas, esos están allá a la derecha. Sean bienvenidos...

Monday, October 02, 2006

2. Cuarto de Huéspedes


EL CUARTO había sido pintado de color blanco y las tejas de color rojo. La última vez él había ayudado. Según él, más bien lo habían obligado a «ayudar». En contra de su voluntad, como era usual.
A fin de cuentas todo era cuestión de sensibilidades, pensó. Eso lo había leído en algún lado. La lectura. Siempre le habían dicho que él debería disfrutar más de lo que ofrecía la vida. Como si tuviera opción. Habiendo tantas chicas, tantas facilidades para pasar un buen rato. Él no hacía mucho caso. Bueno, la mayoría de las chicas eran tontas, ¿no?
Pero había de todo. Estaban las indescifrables. Al lado de ellas, las inexpugnables. Y más por allá, de las que se decía que eran muy sencillas de agarrar. Y las peores, las que te lo buscaban directamente. Ésas sí que le daban miedo.
Páris todavía no se iniciaba sexualmente. Sentía que no estaba listo del todo. Lugares, chicas, hasta deseos había, pero también estaban presentes emociones indefinidas que no alcanzaba a comprender.
No quería preguntar del asunto ni a sus amigos, los cuales ya empezaban a hablar de sus hazañas. Pero él se imaginaba que si un día llegaba a estar desnudo frente una chica complaciente (que lo veía difícil), de seguro tendría un accidente húmedo. Y la chica, también seguramente, se reiría de él.
Y eso, de plano, Páris no podría soportarlo.
Dejó de pensar en esos temas. Ahí estaba ya el cuarto delante de él. Traía la llave de la puerta en la mano. Por su mente pasó el mejor deseo: «¿Y si no funciona la cerradura?»
Pero la llave funcionó.
Páris entró sin problemas. Al principio no era notable pero después de un momento el olor, entre húmedo y sofocante, se volvió penetrante y bastante desagradable.
—Puaj.
Se tapó la nariz con la mano y empezó a respirar con la boca.
—¡Diablos! ¡Qué mugrero!
Paseó la vista por todo el lugar. Dos camas separadas con un buró empolvado y una lámpara que ni cubierta ni foco tenía.
«Cómo que no la han limpiado en bastante tiempo», pensó.
Le llamó primero la atención la cantidad de cajas de cartón que había, tanto encima como en medio de las camas. Parecía que contenían ropa, cortinas y accesorios similares. No podía ver con claridad porque las cortinas cubrían todo el ventanal impidiendo el libre paso de la luz.
Al posar la vista en el otro extremo vio el ropero.
Se acercó a examinarlo. De tres puertas, la de en medio estaba cubierta por un espejo grande, ya bastante opaco. Tenía una llave puesta en la cerradura, antigua, de bronce gris oscuro con forma de «O», con bordes labrados. Obedeciendo a un impulso de curiosidad natural le dio vuelta y la puerta del ropero se abrió.
Adentro vio varios cajones de madera abiertos con un espacio suficiente para estirarlos; hacia abajo de éstos había un amplio espacio lleno de cajas de varios tamaños acomodados diligentemente.
Tomó y abrió la primera caja que estaba a su alcance. Nada le pareció interesante.
Miró hacia las demás cajas cubiertas con pedazos de tela.
Retirándolas pensó: «¿más cortinas?». Temía desilusionarse, cuando de repente se quedó viendo lo que había dentro de las cajas. No eran cortinas o ropa vieja, sino revistas y papeles.
Para ver mejor tendría que sacar la caja. Pensó colocarla en un lugar cómodo. Miró hacia las camas. No había mucho espacio libre.
«Tendré que limpiar, ahora por fuerza», pensó al mismo tiempo que meneaba la cabeza.
Empezó a recoger y a arreglar. Colocó las cajas unas contra otras con cierto sentido de orden, por lo menos mejor que el de la persona que las había acomodado anteriormente.
«La última limpieza de la señora debió haber sido hace cinco años, por lo menos, y esa vez nada más se aseguró de pasarle un trapo por encimita…», siguió Páris en su línea de pensamiento.
Con su actividad física y con la apertura de puertas y ventanas, el frío y la humedad del cuarto se habían ido diluyendo un poco. Después de poco tiempo el cuarto ya tenía otra vista, incluso el estado general del mismo ya se le hacía aceptable
Fue al ropero de nuevo. Primero movió la caja con precaución para ver si había cucarachas. No se apareció bicho alguno. Eso le dio más seguridad.
Sin querer romperla, tomó el cartón como pudo de los bordes superiores, la levantó con fuerza y la pudo trasladar sin problemas a la cama gemela más cercana.
Empezó a mover papeles con interés creciente. Leyó los títulos de las primeras revistas: «Selecciones… sí, la revista, que hoy también es un canal en tevenet…», pensó.
Las tomó y las examinó. Se sentía como un arqueólogo en vísperas de revisar su hallazgo. Se imaginó que debían de tener más polvo cubriéndolas. Las hojas, eso sí, estaban amarillentas en los bordes.
Procedió a examinar las fechas. La de más arriba, con la bandera de México en la portada, tenía fecha de setiembre de 1962, «¿‘setiembre’? ¿No debería decir más bien ‘septiembre’?», se preguntó, desconcertado. Vio que le seguía un ejemplar de noviembre de 1968 y empezó a asimilar lo que tenía ante sí.
«¡Más de cuarenta años!», casi se pudo oír su pensamiento. Las colocó hacia un lado con cuidado. «Son una reliquia, de seguro deben de valer mucho», especuló ociosamente.
No había tantas como pensó originalmente y las acomodó una sobre otra. «Las fechas están salteadas pero siguen siendo un buen hallazgo, a ver si las leo después», se dijo. Vio hacia las demás revistas, más grandes, y empezó a sacarlas también.
—LIFE en Español —dijo. La tomó en sus manos y también cayó en cuenta: —Ya. Ésta ha de haber sido una traducción de la revista del LIFE Channel, similar que el Reader’s Digest, revista impresa al principio y luego canal en tevenet.
Empezó a leer la primera revista LIFE con atención. Traía unos símbolos olímpicos de muchos colores por toda la portada que la hacían muy alegre y atractiva. Según Páris intuyó con cierta obviedad, esos eran los símbolos de cada deporte: canotaje, boxeo, atletismo, natación. Observó que las páginas, al igual que las otras revistas, estaban amarillentas. Las hojeó y admiró los anuncios.
Páris se sintió deleitado al ver escenas de los años sesenta impresas en papel original, con todo y dobleces en las hojas y, lo que es más, con grapas metálicas ya oxidadas. La dejó en su lugar y tomó la siguiente.
—¡Excelente! —Exclamó—. ¡Los Beatles!
«¡La tengo que leer!», pensó, eufórico.
Los Beatles y mucha más de la música de los sesenta estaban teniendo otro revival. Como había estado pasando cada tantos años, la música iba y venía como una marea y en este año de 2007 se estaban cumpliendo los cuarenta años de la llegada al planeta del Sargent Pepper. Páris también estaba en esa moda y, según él, creía conocer muchos detalles y datos de los Beatles, como aquella historia que gustaba de repetir, de cómo compusieron una de las obras cumbres de la música popular: Satisfaction!.
Examinó la revista con más atención. En la parte superior se podía leer LIFE en español, en orgullosas letras blancas, mayúsculas sin más adorno especial, recortadas en un fondo rojo rectangular. La portada en general estaba saturada de tonos azules y mostraba una fotografía de los Beatles en todo su esplendor: cuatro muchachos, vestidos estrafalariamente según la usanza de los sesenta, que veían con cierta serenidad hacia un lado de la cámara.
«Confesiones de los Beatles, una franca biografía», leyó en la portada.
Páris examinó las ropas de los susodichos. Moderna presuntamente, con colores vivos, rosas, pantalones con tonos anaranjados, los cuatro con pelo largo, el aire corriendo por entre sus cabelleras.
Reparó en la fecha en la parte inferior: «4 de noviembre de 1968».
Volvió a repetir con solemnidad.
—Casi cuarenta años.
Se fijó en los demás subtítulos: uno, «El Che: Apogeo y decadencia de su poder en Cuba», otro, «Educación Sexual: Como explicarles a los niños».
«¿Quién era el Che? ¿Les daban explicaciones de sexo en revistas a los niños?» Preguntas sin una clara respuesta.
Empezó a hojear el interior de la revista.
Igual que en la anterior, todo parecía obviamente anticuado. Fotografías Kodak con marco blanco. Se veían simpáticas las fotos así. Boeing y aviones. ITT. «¿Existirá ITT todavía? », se preguntó Páris.
Pasó por un índice. Vio los anuncios de vinos y llantas antiguas, pero que en aquel tiempo eran modernas, por supuesto, pensó. Más vinos y más anuncios. Y llegó al artículo principal: «Los Beatles». Fotos de sus inicios, Liverpool, de dónde eran y en dónde los idolatraban.
«Me pregunto si todavía serán tan idolatrados como antes… me imagino que sí», se contestó.
Lo iba a leer entero, pero se empezó a sentir incómodo físicamente. Además, debía terminar de limpiar. Decidió llevársela a su cuarto.
Creo que el dueño no se va a quejar, pensó mirando a su alrededor.
Se detuvo. Y en un lapso de tiempo tan pequeño para ser medido de forma consciente, por su mente apareció la imagen ya casi desvanecida de su papá.
Y ahí se quedó: por las pocas fotos, quizá no muy alto, más bien delgado pero no mucho, quizá con calva prematura a lo que se lograba ver. Parecería de carácter alegre ya que en las pocas fotos que él atesoraba siempre se asomaba con sonrisa fácil. Seguramente era de carácter alegre.
Páris asintió convencido.
Sí, debió ser de carácter alegre. No podía haber sido de otra forma, se reafirmaba a sí mismo continuamente.
Páris sonrió amargamente. Ese era su problema. Demasiados «quizá», «a lo mejor», «debía» o «debería», en su vida.
Otro pensamiento se posesionó de su mente como águila hambrienta a su presa: «La señora Alcira siempre dijo que mi papá nació allá por 1950 ó 1951».
Vio la revista que no había soltado en sus manos. Hizo un cálculo rápido a partir de la fecha de publicación hacia atrás hasta 1950. Diecisiete ó dieciocho años. Todo su proceso mental se detuvo. Todas sus funciones se expresaron al unísono en una verdadera experiencia de renacimiento. Como si en ese instante lo invadiera un júbilo extremo cual le hubiera atinado a una lotería alucinada sin haber comprado boleto alguno.
Lo inesperado podía suceder y podía estarle pasando a él.
Volvió a mirar la revista ahora de un modo más intenso.
—A lo mejor eran de papá —musitó.
Su corazón aumentó de pulso. No había caído en la cuenta. Llegó a la conclusión de una manera convincente, brusca y total:
—¡Fueron de mi papá! —Exclamó.
Pero en forma por demás simultánea también le entró la duda y su corazón desbocado se detuvo. O al menos eso le pareció:
...O a lo mejor fueron de mi abuela, también, pensó. Pero al siguiente instante medido desechó la idea como si esa no pudiera, o no debiera, ser la verdad.
Páris no era necio ni acelerado pero un hallazgo así, tan de repente, lo dejó casi sin resuello. La sensación era realmente mareante.
El pensamiento acerca de su padre le estaba causando escalofríos.
Pronto se sintió serenar y decidió seguir hojeando la revista con renovado interés.
Al terminar el artículo correspondiente a los Beatles le llamó la atención vagamente otro titular: «Terror en una Noche Triste».
Empezó a poner atención. En él se veían cuatro fotografías en blanco y negro, como en una sucesión, dos arriba y dos abajo, tomadas con una cámara desde el mismo punto, en general medio borrosas, pero claras a fin de cuentas.
Páris se alertó mientras su vista empezó a recorrer cada una de las fotos.
En la fotografía uno había una pareja tirada en el piso. El hombre, de lentes, abrazando, «o más bien protegiendo», pensó Páris, a una mujer de pelo largo. La primera frase en el texto decía: «Las balas silbaban por todos lados».
Vio ahora la fotografía número dos. La pareja no se había movido de su lugar, seguían ahí, tirados. Al tipo de lentes se le veía la cara borrosa, mientras que la cara de la mujer se veía contorsionada, como si estuviera llorando, angustiada. Páris repasó otras frases sueltas en el texto: «...soldados acababan de invadir las Plaza de las Tres Culturas... tras arremeter contra la multitud».
Vio ahora hacia la fotografía número tres. La pareja permanecía en el suelo. El tipo de lentes volteaba hacia los lados en franco desconcierto, la cara de la mujer estaba ahora contra el piso. El texto decía: «Todo fue cuestión de un instante».
Páris sintió un extraño tipo de impaciencia. Quería saber el desenlace. Se imaginaba ya cual podría ser. Estaba absorto con lo que estaba leyendo y nada lo
hubiera movido de allí en ese instante.
Llegó a la fotografía número cuatro. La pareja desconocida ahora estaba con la cara hacia al piso. El texto decía, de manera un tanto fría, lo que él ya esperaba o intuía: «...su compañero muere de un balazo...».
Páris vio las cuatro fotos, una a una en todos los órdenes posibles: la foto uno, la foto dos, la foto tres, la foto cuatro. Ahora la número cuatro, después la número dos, la tres, la uno hasta al final. Cambió el orden: dos, cuatro, uno, tres. En un momento vio la cara de ella. Luego la de él. Las frases brotaban y rebrotaban hacia su vista puesta en modo ultraselectivo. Algunas palabras aisladas le golpeaban, y otras al mismo tiempo, pasaban rozándole: muerte, balazo, 25 los muertos.
—Brrr.
Al final pudo voltear la página. Esta vez lo hizo sin descuido, de manera muy consciente de lo que estaba haciendo. La revista, los Beatles, el Che, se habían borrado del todo.
Y leyó:

Miles de personas de todas las edades congestionaban la plaza. Eran las cinco de la tarde. El mitin se había convocado para exponer una serie de quejas contra las autoridades y organizar una marcha hacia el Instituto Politécnico Nacional que seguía ocupado por las fuerzas militares. De pronto empezaron a oírse tiros. Los soldados irrumpieron en la plaza a bayoneta calada. Las fuentes oficiales afirman que el ejército sólo entró en acción después de que dos grupos opuestos de estudiantes empezaron a disparar...

La leyó dos veces. La violencia de los hechos en sí lo impresionó. Todo eso debió ser un error. Una película que estuviera siendo filmada. Una recreación sobre algún suceso situado mucho más adentro en el pasado. Eso es lo que se acostumbra, ¿no? Se hacían representaciones, películas, la televisión, incluso performances.
Dejó de posar la vista en esas hojas que ahora le parecían tan irreales. Sus ojos se dirigieron vagamente hacia un montón de colores en explosión. Las estampas olímpicas, rosas, verdes, celestes. Era la portada de la primera revista LIFE que había visto al comienzo. Vio las fechas y las comparó.
Eran del mismo año. Casi del mismo mes. Eso Páris ya lo suponía, pero quiso comprobar si había algún error en su percepción.
«Pero en el 68 sólo hubo Olimpiadas, ¿no...?» Y en eso recordó lo que había leído o visto en algún lugar: que en ese año de 1968 habían pasado muchos eventos importantes y que había habido un problema de tipo político y estudiantil que terminó de manera violenta. Pero nunca había tenido el tiempo de ahondar en ello.
Y también entendió que una cosa era leer de violencia, en el contexto de historia de México, en el instituto, y otra, muy diferente, ver esa violencia histórica como si fuera una noticia. Porque al parecer eso era LIFE en Español, una revista de noticias.
Para Páris y su generación los hechos eran «reportados» desde el momento en que alguien con su videocámara estaba ahí para «transmitirlo» de inmediato a las cadenas de tevenet, que ya pasaban del centenar y cada una con sus propios ejércitos de reporteros, dedicadas exclusivamente a dar noticias. De estas cadenas había de todos tipos: las serias, las chistosas, las alarmistas, las degeneradas y, un lado más oscuro, las francamente falsas y oportunistas.
El problema era que a veces no se podía distinguir una de otra. Las noticias pasaban tan dinámicas que cuando se trataban de entender o asimilar, llegaban nuevas que alteraban las percepciones. Y a nadie le importaba.
Pero las noticias de esta revista LIFE en Español en particular eran estáticas y demandantes de una extraña y misteriosa manera. Siguió leyendo. La nota continuaba con el relato de uno de los estudiantes que le hiciera a uno de los corresponsales de esa revista en México:


La reunión se venía desarrollando con toda calma, e incluso se había postergado la marcha al Politécnico con el fin de evitar un derramamiento de sangre. Súbitamente, la gente de las orillas comenzó a correr y los del centro no tenían la menor idea de lo que ocurría. Uno de los oradores tomó el micrófono en el momento en el que los soldados abrieron fuego y gritó: 'No corran, las mujeres y niños pueden resultar heridos'. En el mismo balcón había agentes secretos (que se identificaron poniéndose un pañuelo blanco en la mano izquierda). Los agentes golpearon y acallaron al orador y luego comenzaron a disparar al aire.»

Aquí Páris simultáneamente abrió los ojos e hizo una pausa. «¿Los soldados abrieron fuego?», repitió, azorado, dentro de su mente. Continuó leyendo:

Sea como fuere, los soldados se ensañaron con la multitud indefensa. El informe forense reveló que la mayoría de los muertos y heridos habían recibido bayonetazos (incluso una señora de 60 años y un chico de 13) o tiros a quemarropa.

Páris estaba realmente sorprendido de lo que estaba leyendo. Primero de su propia ignorancia porque desconocía todo esto, y segundo porque alguien había subrayado con lápiz todo el párrafo anterior.
En eso, la revista se le resbaló debido a la fina y ligera capa de polvo que la cubría al igual que a sus dedos.
Al caer, la revista se abrió justo en una página correspondiente al Che Guevara, descubriendo una rosa en medio de la página. Una rosa aplastada y seca, sin duda, de casi cuarenta años de edad.
Levantó la rosa con un poco de dificultad debido a la posición y la examinó. No se le ocurrió olerla siquiera, la sintió ajena, extraña. Miró ociosamente hacia el suelo buscando pétalos caídos, cuando en eso vio un papel amarillento que, supuso, cayó también junto con la rosa.
Una pequeña nota doblada.
—¿Qué será esto? —Exclamó en voz alta.
Tenía bordes un tanto pálidos. Era una hoja cuadriculada de bloc de espiral todavía conservando los minúsculos pedacitos de papel que habían estado unidos originalmente a ese espiral. Sintiéndose todo investigador, la tomó con cuidado y la empezó a desdoblar.
La leyó en voz baja: «Dejé las cosas en el cajón de la izquierda. Recuerde, tiene doble. Estirar dos veces de la aldaba. Ahí está todo. Hablamos luego». Firmaba: «E». Sólo «E».
Sin recapacitar en el mensaje, realmente sólo se concentró en la letra «E». Con una claridad de pensamiento y con una seguridad tal que destruiría a cualquier complejo de inferioridad, Páris supo que eso era de Emilio, su papá.
Sintió otra oleada de emoción, pero más intensa, recorriendo su espalda y su espina. Por un instante sintió que su piel se ponía de gallina, sensación no rara en él.
De inmediato todo se disolvió al sentir el paso del tiempo que había transcurrido desde que llegó: la señora Alcira no tardaría mucho en llegar y tenía que continuar la limpieza o, de perdido, aparentar que lo intentó. ¿Qué decidir? ¿Leer las revistas, ponerse a limpiar, o inventar una buena excusa?
«Exacto», pensó Páris, «inventar una buena excusa». Acomodando lo que ya había sacado empezó a buscar debajo de las demás revistas que quedaban. No tardó en encontrar una caja pequeña, pero pesada, cubierta con un listón. Deshizo el listón rápidamente y abrió la caja. Adentro había un cuaderno o carpeta. Sus hojas están unidos por arillos de plástico blancos contrastando con sus pastas negras.
Páris, aunque creía no haber visto ese tipo de cuadernos, pensó que no podía ser de cuarenta años. Era mucho más reciente.
La primera hoja decía, con una letra manuscrita, más bien fina, que a Páris se le hizo incluso hasta delicada: «El Libro de Emilio». Y más abajo, de manera más tímida, si eso fuera posible: «y recortes ya olvidados». Al final de la página estaba la confirmación de que era un material más reciente: «México D.F. 1992-1993».
En ese instante el mundo de Jean Páris Abreu-Campuzano empezó a cambiar de rumbo, totalmente.

2 Comments:

Blogger Unknown said...

This comment has been removed by the author.

10:05 PM  
Blogger Unknown said...

Interesante, perfecto entrelazado de circunstancias.
¿Qué descubrirá Páris?
Obliga al lector a continuar

Paloma

10:09 PM  

Post a Comment

<< Home